La detective Mercedes Barren, de la policía de Miami recibe una llamada de sus colegas y la citan de inmediato a un oscuro lugar para darle una mala noticia: encontraron brutalmente mutilado el cuerpo de su sobrina Susan Lewis y hay rastros de haber sido violada y estrangulada.
Mercedes Barren vivía sola en la Capital del Sol, sin hijos, y aún soportando la soledad de su marido quien había fallecido algunos años atrás al igual que sus padres, por eso la unía desde el alma su sobrina a quien habían asesinado apenas unas horas atrás. Con Susan mantenía una estrecha relación de amigas y confidentes, todo se lo contaban y pasaban largas horas riéndose de las inocentes aventuras inocentes con sus compañeros de la universidad y de la policía, por eso, cuando recibe esa dolorosísima llamada telefónica, el mundo se le derrumbó a la detective y aunque Robert Wills, de Homicidios, le dijo que no acudiera al lugar, pues la el cuerpo de Susan era casi irreconocible, la Barren exigió que le diera el lugar exacto en donde habían hallado a su sobrina para, por lo menos, darle el último adiós.
Cuando llegó y vio ese macabro espectáculo, juró ante todos sus colegas y subalternos que no descansaría hasta encontrar al autor de tan brutal hecho. Es entonces cuando se inicia esa infatigable búsqueda del asesino.
Mientras tanto, en una clínica siquiátrica, el médico Martin Jeffers, experto en delitos sexuales, hablaba con varios internos que estaban siendo “tratados” mientras cumplían sus penas por haber asesinado a decenas de mujeres; eran largas sesiones en donde, por medio de sorprendentes terapias, cada uno iba contando cómo había su vida en sus primeros años, la relación con sus padres y hermanos, sus juegos infantiles y el primer intento de asesinato en su adolescencia o juventud y algunos en su madurez.
Y mientras el siquiatra hablaba con ellos, un día cualquiera aparece de improviso su hermano Douglas, afamado fotógrafo, autor de decenas de trabajos periodísticos que continuamente aparecen en las portadas de las más importantes revistas del mundo y en las primeras páginas de los diarios más cotizados del planeta. Los dos hermanos hablan de la vida, de la profesión, de sus logros y de sus éxitos, hasta que al terminar la larga jornada en un ameno dialogo, Douglas se despide y le dice a su hermano que debe cumplir un trabajo especial y que sólo volvería después de muchos meses de seguimiento e investigación para lograr las fotografías que le habían solicitado los editores y editores de los diarios y revistas.
Pero mientras todo eso sucede, la detective ha empezado a encontrar cabos y cabos y los empieza a unir; habla con colegas, revisa uno a uno los casos más recientes de asesinatos, lee y relee hasta el cansancio las reseñas de los autores de los crímenes, y cada descubrimiento es un dolor más para su alma. Uno de esos cabos nace en la clínica siquiátrica en donde Martin es jefe y allí acude, y aunque la primera reunión estuvo llena de prevenciones y hasta de gritos por parte del médico, Mercedes Barren logra ponerlo de su lado para que le muestre las “hojas de vida” de los pacientes que está tratando. Martin se resiste al comienzo, pero poco a poco le muestra esa cerrada reserva del sumario y también, poco a poco, la detective va tomando apuntes, regresa a su casa y prosigue atando y atando cabos…
Ya luego de escarbar, leer, verificar y confrontar, encuentra un dato que la deja sin respiración. Es entonces cuando se lanza frenéticamente a buscar al criminal que le quitó la vida a Susan. ¡Magistral Katzenbach! ¡Magistral!
Las 629 páginas de Retrato en sangre (B) son sencillamente extraordinarias. Es casi imposible dejar a un lado la novela. El lector llega a creer que si deja de hacerlo, el criminal –como Hanibal Lecter- se va a salir con las suyas y que, al mismo tiempo cree, que debe solidarizarse con la angustia de Mercedes Barren quien pasa por una angustiosa situación cuando a pocos metros la separan del criminal.
Es imposible dejar a un lado a Mercedes, a Martin, a Douglas y Katzenbach lo logra, pues encadena a sus lectores y nos los deja libres sino hasta esa última página en donde las lágrimas de la detective ruedan por sus mejillas al saber que sí pudo dar con el autor de este atroz crimen, el crimen de su sobrina Susan Lewis…
Por: Jorge Consuegra (Libros y Letras)
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