Casi a la misma hora en que llegó el muñequito mimado de la adolescencia orbital, el canadiense Justin Bieber, arribó ayer a Bogotá Francisca Viveros Barradas, popularmente conocida en el cancionero azteca y en otros latifundios latinoamericanos como Paquita la del Barrio.
En medio de un torrencial aguacero, Bieber, secundado por un dispositivo de seguridad presidencial, se internó en el hotel JW Marriott, sucursal norte, en medio del paroxismo y la algarabía de un enjambre de jovencitas que chillaban y se rasgaban las vestiduras, pidiendo a gritos para que el ídolo les regalara una mirada desde la ventana. ¡Qué guachafita!
La mexicana, sin más acompañantes que su manager y su empresario y con la sencillez y la naturalidad que la caracteriza, hizo comparecencia en el Hotel Cosmos de la 100, donde la recibió un racimo de escoltas en día de descanso, policías de civil y varias representantes de las asociaciones de mujeres maltratadas, algunas con evidentes moretones en sus rostros y otras con la huellas macabras e indelebles del ácido muriático.
La intérprete de ‘Rata de dos patas’, una de las letras polémicas y contestatarias de su repertorio, que harta ampolla ha levantado en el colectivo femenino continental, se disculpó con sus anfitriones para dirigirse a su habitación, tomar una ducha y pasar a comedores, porque contrario al tortuoso régimen dietético de las estrellas del pop y sus raciones verduleras para conejos, ella goza de un apetito de tractomulero y bien que le sienta por ese mandamiento centenario de la ‘cocina de abuela’, de que «barriga llena, corazón contento».
No tuvo suerte en el restaurante del hotel, donde le pasaron media docena de platos con mínimos manjares que ella no pudo descifrar, los mismos que las señoras ‘bien’ degustan con pinzas entre guiños de pestañas postizas, meñiques erectos y litros de agua mineral.
Tuvo que salir Paquita, asesorada por su empresario, Alirio Castillo, al restaurante Las Acacias de la 127, para regocijarse con las viandas criollas y sus empalagos de colesterol, como esa bandeja paisa que se llevará para siempre en la memoria gustativa, por el chorizo generoso que atravesaba la frijolada, el cuerno de chicharrón peludo y reventón, las morcillas, el aguacate en su punto, un orgíastico maduro y dos huevos por falta de uno. De sobremesa, una ‘agria’ (entiéndase como una Águila, cerveza insigne del populacho, patrocinadora oficial de la triunfadora Selección Colombia).
Después de semejante banquete, un café bien cargado, una caminata por el Parque de la 93 y de nuevo al hotel. Apagó la lámpara del nochero y dejó encendida la luz del baño. No pudo conciliar bien el sueño la robusta Paquita. Una zozobra extraña la incomodaba y no por la habitación, por el colchón, por el amplio espejo inquisidor que devoraba la estancia, ni más faltaba, sino por ese tufillo repelente de encontrarse en un país con el mayor índice de ratas por kilómetro cuadrado.
Sí, ratas de dos patas, como las de su canción emblemática: ratas que a dentelladas feroces acaban con el erario público. Ratas gordas y descaradas que se roban, para beneficio propio, el presupuesto de la educación, el deporte, la cultura y la salud. Ratas que anidan y se reproducen con desmesura en las cloacas infectas de la política, el cáncer más peligroso y devastador que padece esta desventurada nación. Ratas pútridas que se ensañan en el contribuyente, en el colombiano de a pie que se juega a diario el pellejo para cumplir puntual con la cantidad de impuestos y aranceles que, desde sus cómodas oficinas del Congreso, promueven y legislan a ultranza, no obstante los miserables salarios que a fuerza de milagros y rogativas debe sortear la gran masa. Y, ratas de otros pelambres recios, no sólo de desagües y alcantarillas, sino de las que ella menta en su diatriba ranchera: esas ratas engañosas, traicioneras, pusilánimes, que golpean a sus mujeres y trapean el piso con su dignidad.
Fue necesaria una tisana de toronjil a las cuatro de la madrugada para que Paquita pudiera conciliar un par de horas de sueño. Sí, porque a las seis de la mañana sonó el radio-despertador y la sobresaltó la bulla desesperante de un locutor que pregonaba excitado la expectativa del concierto de Justin Bieber en El Campín.
Paquita tomó otra ducha, se chantó una sudadera y salió a trotar. Necesitaba oxígeno. Y lo va a necesitar esta semana, para cumplir a sus compromisos en Bogotá, Villavicencio y Bucaramanga.
Cuando se volvió a encontrar con su empresario para desayunar, la artista le contó pormenores del insomnio y de una pesadilla al despuntar el alba, un tormento onírico sacudido por una rebelión de ratas descomunales que la perseguían con sus tenebrosas fauces abiertas en una cloaca sin salida, hasta que se activó la alarma. «Casi me muero espantada», explicó la dama.
Castillo, el empresario, fue cauto en remitir la congoja noctámbula a la pesadez estomacal, producto de los explosivos ingredientes de la bandeja paisa. ¡Pura dinamita, señora Barradas!
Cuestionario Proust con jalapeño incluido
– ¿Crees que definitivamente los hombres galantes están en vía de extinción?
“No del todo, los hay contaditos, sobre todo los de la vieja guardia”.
– ¿Qué te hace pensar que las mujeres se hayan envalentonado tanto?
“Pues estaban en mora. Qué tal toda la vida bajo el yugo machista y su última palabra, la mayoría de veces equivocada”.
– ¿Tú también te defiendes a patada, puño y mordisco?
“Cómo no, hombre que se atreva a levantarme la mano, bien sabe lo que le espera. Y yo que tengo la mía multada”.
– Sin embargo, en los tabloides aparece mucha mujer con la cara aporreada. ¿En México sucede lo mismo?
“Las golpizas a mujeres han rebajado considerablemente, pero no falta el malnacido que llega empachado de mezcal a trapear el piso con el pelo de su mujer”.
– ¿Por qué crees que suceden semejantes atropellos?
“Qué más que ese cóctel fatídico de miseria, alcohol y brutalidad”.
– ¿Tú sí le has puesto la mano a un varón?
“Al principio, cuando me tocó por fuerza mayor bajar la cabeza por simple y llana necesidad, me aguantaba muchas afrentas. Pero llegó el momento en que exploté y le puso la mejilla como un pimentón a un cabrón que trató de abusar de mí. Era el hijo de mi patrón. Perdí el puesto pero defendí mi honor”.
– ¿Y cómo es esa Paquita amorosa que no conocemos?
“Todo corazón, porque lo tengo bien grande, y no por problemas de colesterol”.
– ¿A cuántos hombres has amado?
“Son contados en los dedos de la mano. Amores que viví intensamente y llegaron a feliz término. Pero de ninguno de ellos me arrepiento”.
– ¿Qué definición tienes del amor?
“El amor nace del alma, de lo más profundo de nuestro ser. Pero una cosa es entregar el corazón y otra el que lo deja caer”.
– ¿Y del sexo?
“El sexo va con lo anterior, pero con el gusto, o química que llaman. Y es que si no hay gustico no hay cama. Lo uno va con lo otro. Sucede con la comida: lo que te quieras comer entra por la vista”.
– ¿Y a ti cómo te gusta el varón?
“Que sea varón, que no lo aparente, pero que tampoco me salga caradura”.
– ¿Madurito?
“A mi edad, sí; porque biche me indigesta”.
– ¿Cómo has curado tus despechos?
“Con mis canciones. Yo cuando canto lo saco todo, lo malo y lo bueno. Para mí cantar es como cambiar de piel”.
– ¿Cuántas veces te has casado?
“Sólo dos, aunque mucha gente cree que más”.
– ¿A qué llamas un ‘hombre rata’?
“Al que hace la maldad y se esconde. Es decir, al traicionero. Y ese me las paga”.
– Y tú que eres una experta cazadora de ‘ratas’…
“En ese sentido no me ha llegado la que me ponga la pata”.
– ¿‘Rata’ que se va, ‘rata’ que no vuelve?
“Con el dolor del alma, así se arrodille o se arrastre el infeliz”.
– ¿Alguna vez has sido infiel?
“Ni con el pensamiento. Cuando amo a una persona es con él, y con nadie más; así se me presente Alejandro Fernández en calzón de baño”.
– Porque no hay que desconocer que las mujeres también son infieles…
“Ahora en este mundo se está viendo de todo, y la mujer no es la excepción para la maldad”.
– ¿En qué caldero se cocina ese racimo de canciones tan demoledoras y dolorosas?
“Manuel Eduardo Toscano, un compositor veracruzano, es el que me surte de melodías, todas ellas que tienen que ver con el sentir del pueblo”.
– ¿Hoy por hoy te tomas sus tequilas?
«Me gusta más el cogñac”.
– ¿Y te pone bien caliente?
“A mí no me sube el calor el cogñac, sino un hombre como Dios manda”.
– ¿Y cuál es el mejor cogñac?
“El que se toma con cola negra, y se llama ‘París de noche’”.
– Con cuántos cogñacs ya estás lista…
“Con cinco empiezo, pero aguanto más, depende de lo que me haya comido”.
– ¿Duermes a pierna suelta?
“Cuando me tomo mis tragos, sí. De resto soy de sueño liviano”.
– ¿Roncas?
“Sí, sobre todo cuando duermo boca abajo”.
– ¿Y te levantas sobresaltada a tomar agua cuando tienes una pesadilla?
“No, reaccionó, respiro profundo, me tapo la cabeza y me vuelvo a dormir”.
– ¿A quién te encomiendas, Paquita?
“A la Virgen Morena, a la Guadalupana y a San Pancracio”.
– ¿Les prendes veladoras?
“Nunca, porque me quedo dormida y se me prende el rancho”.
– ¿Te ha sucedido alguna vez?
“No, gracias a Dios, pero he visto muchos casos”.
– ¿De qué te arrepientes?
“De nada, tengo mi conciencia tranquila. Jamás le he hecho mal a nadie”.
– ¿Cuál es tu pecado capital?
“La comida. Yo me sueño comiendo. Es que nací comilona y comilona moriré”.
– ¿Tomas agüitas para la buena digestión?
“A veces, cuando abuso de condimentos”.
– ¿Quién te lava la ropa?
“La pesada la llevo a la tintorería. Lo íntimo lo lavo yo”.
– A propósito, ¿cómo es tu gusto por la ropa interior?
“Te me estas metiendo al rancho, güey…”.
– ¿Todavía usas corsés de alambre?
“No, porque me tallan mucho, algunos médicos lo recomiendan para corregir defectos en la columna”.
– ¿Y te sigues poniendo enaguas?
“Toda la vida, por tradición. Sólo así me siento cómoda cuando me pongo falda”.
– ¿Qué es lo más sexi que tienes en tu armario?
“Un ‘babydoll’ que jamás he estrenado”.
– ¿Por qué Paquita?
“¡Ah!, qué entrometido eres. Una no pierde la esperanza…”.
Por Ricardo Rondón Ch.
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