Ninfomania Parte I (Lars von Trier, 2013)
Lars von Trier es un director polémico que genera amores y odios. Todas sus películas poseen algún elemento heterodoxo y transgresor de los límites de la decencia y la moral dominante. Sus películas son brutales y descarnadas, con una estética más cercana al video «Happiness in Slavery» de Nine Inch Nails, que al Cine-Arte tradicional. Pero más allá de las escenas sado-masoquistas usuales en el planteamiento estético de von Trier, hay toda una reflexión sobre lo pertubador y anormal en una sociedad que se precia de criar seres «normales» y «funcionales».
Como su título indica, Ninfomanía (mal traducido, porque el título es Nymphomaniac o sea Ninfómana) gira en torno a una mujer obsesionada por el sexo y el placer a cualquier costo. La premisa es similar a la de aquella magnífica película «Shame», del mismo director de «12 años de Esclavitud». La escena inicial es particularmente bella: es una fría noche de invierno en un callejón donde una mujer malherida yace cerca de unas paredes de concreto de tonos grisáceos. Un buen samaritano decide auxiliarla y llevarla a su apartamento, donde la mujer se recupera y comienza a contarle su historia.
La historia se entreteje de una forma preciosa con las aficiones del buen samaritano: la pesca, el significado oculto en la serie de Fibonacci y la música de Bach. Por ejemplo, las relaciones de Joe, la mujer ninfómana, semejan la armonía generada por el contrapunteo en la música de Bach. El ritual de tanteo y persuasión para iniciar relaciones sexuales se compara con la pesca. Similar a la manera de los Japoneses de ritualizar actos comunes y ordinarios, sublimándolos en formas elegantes y armoniosas, von Trier convierte lo mundano en algo trascendente. Ese es precisamente uno de los mayores logros de este director iconoclasta, lograr mostrar la sútil belleza que se esconde tras lo prohibido y en apariencia desagradable.
Hace unas semanas Manuel Kalmanovitz se quejaba de la literalidad y obviedad de las escenas:
«La película es de una literalidad total, las imágenes a menudo muestran lo que acaba de decir una voz en off. Después de su primera experiencia sexual dice ‘me botó como un saco de papas’. A continuación, vaya, una imagen de alguien botando un bulto de papas. Así de literales son las cosas.»
Con todo respeto, creo que el crítico no ha captado ni un ápice de la propuesta estética de von Trier. Le habría dado lo mismo si hubiera ido con los ojos vendados al cine. El estilo del director danés es claramente juguetón e irreverente. El uso de imágenes para mostrar lo que se dice no es un abuso de literalidad, sino una manera de distensionar el ambiente y mostrar que detrás del drama de la vida, siempre se encuentra el elemento cómico. Cuando las cosas se ponen demasiado fuertes, lo único que nos queda es reir. Como el caso de los asistentes a un entierro que ven como la grúa deja descolgar el ataúd con todo y muerto desde una altura de varios metros y alguien grita sin pensar «se mató!».
La protagonista de «Ninfomanía» es una mujer profundamente perturbada por su falta de humanidad. Constantemente se culpa de cómo usa a las demás personas para satisfacer su placer y en un momento de particular agudeza, habla de la apabullante soledad que padece, a pesar de acostarse con tantos hombres todos los días. Tal vez ese profundo sentimiento de culpabilidad es donde encontramos las raíces de su redención. La gente verdaderamente mala no siente ni el más mínimo remordimiento.
En medio de la aparente aridez del tema, von Trier logra mezclar escenas hilarantes, como la de aquella esposa víctima de la infidelidad, que va hasta la casa de Joe acompañada de sus tres hijitos. Lo que comenzó en clave de drama y tragedia («una mujer engañada lleva a sus hijos desprotegidos para que vean a su papá infiel y a la harpía que les quitó el sustento económico y emocional»), se convierte de repente en una comedia de errores. Ese es la magia del arte: poder transmutar el dolor en placer, el drama en comedia y la seriedad en ridículo. Es un poder inmenso y profundamente corrosivo para los poderes dominantes. No hay nada más ofensivo para los detentadores de la llama de la moral y la decencia, que ver cómo un individuo utiliza la pluma, la cámara o la partitura para defecar encima del templo mohoso de la solemnidad.
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