Muchos de sus amigos le dicen y repiten cotidianamente que es una locura insistir con los libros, que en Colombia no hay hábitos de lectura, que la gente se interesa más por los realities que por la cultura, que el Gobierno gasta más en la guerra que en la cultura, que los libros son excesivamente costosos, que nos hay planes de lectura para poder sentir los libros como una necesitad intelectual y…un largo etcétera.
Esteban Hincapié apenas pasa de los 30 años; creó Ediciones Babilonia y es el fundador, gerente, editor, diseñador, impresor, corrector, periodista, vendedor, cobrador y mensajero de su editorial.
Pero aún así, Esteban Hincapié insiste en que sí, que sí hay lectores, que hay muy buenos escritores, que aún hay cómplices en las librerías que apoyan su locura, que en los medios aún quedan periodistas que apoyan sus demenciales ideas bibliográficas y que por eso y por mucho más, seguirá haciendo libros desde esa Babilonia que creara hace ya algunos años y que aunque no se puede comprar con las grandes editoriales sí puede decir con inmenso orgullo que su Babilonia ha sido su mejor invento y su enorme satisfacción diaria.
– ¿Cómo nació en usted el afecto por los libros?
Antes que en los libros las escuché de un televisor y de las vecinas chismosas de mi barrio en Cartagena, que en mi opinión, son las mejores narradoras que he conocido. Durante años leí revistas y cualquier cosa que despertara mi curiosidad. Los libros fueron un accidente muy posterior. Cuando llegaron a mí ya sabía lo que buscaba en ellos. Lo que me interesa de la vida no son los libros, lo que me interesa de los libros es el trozo de vida que puedan contener.
– ¿Había muchos libros en su casa paterna?
Para empezar no era paterna sino materna…Y había un solo libro que mi madre compró fiado para quitarse de encima a unos testigos de Jehová. Se llamaba Mi libro de historias bíblicas; lo devoré mil veces. Después tuve una biografía de Vincent Van Gogh que encontré hurgando en una bolsa de basura: lo leí mil veces también. A los 17 años conocí a una chica que me leía historias de Edgar Allan Poe, “El gato negro” y “El corazón delator” eran sus cuentos favoritos. Por esa misma época entré a trabajar a una especie de astillero, el dueño era un ex militar amante de los libros de superación personal.
Todas las mañanas, antes de empezar la jornada laboral, nos leía algún fragmento de uno de sus libros. Con el primer sueldo fui a una librería y perdido entre la marisma de libros compré un libro de autoayuda. Cuando entré a la universidad un profesor llamado Rómulo Bustos me regaló una caja repleta de magacines de El Espectador, que se convirtieron en una bitácora para a mí. Empecé a leer literatura y a acumular libros. Llegué a tener casi mil volúmenes, la mayoría robados. En 2006 los vendí todos y con el dinero compré un pasaje y me vine a Bogotá.
– ¿Prefería que le regalaran un carrito de madera o un libro?
Ni lo uno ni lo otro…De niño siempre preferí los balones y las pistolas. Siempre quise una bicicleta, pero pude disfrutar primero de un buen par de tetas.
– ¿Alguna vez quiso ser bombero o policía en lugar de ser escritor?
Nunca, creo que estuve más cerca de ser pirómano o ladrón. Pero lo que en realidad quise de niño fue ser portero de fútbol. Quería volar, no como El Lobo del aire o Superman, sino como mi primer héroe: José René Higuita. A los 13 años, por mi habilidad y estatura (mido 1.90), llegué a ser preseleccionado para la selección Bolívar sub 17. Luego quise ser actor y finalmente escritor cuando me di cuenta que ya escribía.
– ¿Recuerda el primer tema que escribió en un cuento?
Tenía siete años, era una fábula titulada La ardilla alcohólica y el pájaro carpintero. A la ardilla le molestaba que el pájaro trabajara temprano porque se despertaba con dolor de cabeza. No recuerdo el desarrollo, pero el pájaro terminaba con el pico roto con una botella de cerveza. Ignoro cuál era la moraleja.
– ¿Siempre ha sido «activista» con la cultura?
Cuando tenía seis años mi madre quedó sin trabajo y me envió a vivir con una tía a un pueblo de Sucre. Durante seis meses gané dinero cantando vallenatos en fiestas de campesinos borrachos, recuerdo que era el año 1985 porque una de esas jornadas me la pagaron con 200 calcomanías del censo. Luego durante un tiempo imité voces y jugué a ser locutor en una vieja grabadora que había en mi casa. Más tarde, de tanto ver televisión, quise ser actor. Una semana antes de concluir el bachillerato un profesor nos preguntó que queríamos ser en la vida. Entre abogados, médicos, policías e ingenieros yo me levanté y dije: actor. El curso estalló en una sonora carcajada. Yo rematé: “actor cómico por lo que veo”.
– ¿En Colombia se disparan más balas que ideas?
En Colombia hay ideas que matan más que las balas, no lo dude.
– ¿Si los congresistas leyeran más, redactarían menos «micos» y los colombianos los respetaríamos más?
No creo que la lectura haga mejor persona a nadie, mucho menos a un político. Pero es cierto que da una visión más amplia de las cosas. Si en Colombia leyeran no más, sino mejor, no elegiríamos a los congresistas que tenemos.
– ¿Aún le queda nostalgia de sus estudios en la U. de Cartagena?
Mucha. Mire yo creo que el azar, y dejarme guiar por él; ha jugado un papel importante en el rumbo que ha tomado mi vida. Le voy a contar una historia. El 30 de septiembre de 1997 yo me fumé por primera vez un cigarrillo delante de mi familia, el día anterior había muerto un primo de 13 años a quien yo quería muchísimo y todo me empezó a importar un carajo. Estaba fumando en la entrada de la funeraria cuando me encontré con un amigo que había sido mi compañero en el “grupo de periodismo” del colegio. Su nombre es Jhon Narváez. Él me preguntó qué diablos estaba haciendo. Le conté la tragedia familiar, y también que trabajaba como obrero y que quería ser actor. El tipo fue la primera persona en Cartagena a la que le pareció genial y posible. Me dijo que si quería podía ingresar al grupo de teatro del que él hacía parte en la Universidad de Cartagena.
Por curiosidad le pregunté qué carrera estudiaba y él me dijo que “Lingüística y Literatura”. Si él hubiera dicho Medicina, Derecho, Economía o lo que fuera yo habría estudiado eso también, pues entonces mi único interés era hacer parte de un grupo de teatro. Entré a la Universidad de Cartagena el primer semestre de 1998, la universidad me acercó a las bibliotecas, a los bares y a las calles del centro. Dentro tuve profesores maravillosos a los que recuerdo con afecto y agradecimiento: Rómulo Bustos, Roberto Córdoba, Raymundo Gomezcasseres, Jorge Nieves, Rafael Dussán y a mi maestro de teatro Eparkio Vega.
– ¿Es mejor escribir para SoHo para quienes lo leen en un libro?
Publiqué una crónica en SoHo, luego hice el arranque de una sobre el mundo del fisicoculturismo. Tema que había estado explorando para una novela. Ahora escribo para televisión, que honestamente es el mejor trabajo que puede tener un escritor. Sé de escritores con pretensiones literarias que reniegan de ello. Escribir es para es mí un acto que se puede ejecutar con dignidad en cualquier formato. ¿Si uno escribe un grafiti qué culpa tiene la pared de lo que uno escriba?
-¿Es mejor el siguiente (por favor) que el anterior?
Lo que viene es mucho mejor. Se trata de una novela en la que agudizo algunos de los aspectos que más me gustan de El siguiente, por favor. El título de la novela es Sólo los débiles fuman.
– ¿Verse en letras de molde en un libro produce una enorme alegría?
Me ayudó a releer el libro y a tomar conciencia de algunos elementos que podría usar en mi obra posterior, cierta visión de mundo que, como dije antes, me interesa agudizar.
– ¿De los 16 cuentos, cuál lo dejó completamente satisfecho, feliz, dichoso?
No soy quien escribió estos cuentos, pero sí quien los leyó y decidió publicarlos. Todos los escribí hace tiempo, y supongo que todos en su momento me dieron satisfacción, pero si hay alguno al que no le movería una coma es al que le da título al libro. Que curiosamente es el más antiguo de todos.
– ¿Y qué tal Tan triste como bella?
En abril de 1999 en un viejo dominical de El Espectador leí una frase que llamó mi atención: en Montevideo yo soy el mejor escritor de mi calle. La frase era de un escritor uruguayo llamado Juan Carlos Onetti a quien nunca había leído. A la semana siguiente compré mi primera y única máquina de escribir en una oficina de una empresa que había quebrado, y me puse a escribir resuelto sabiendo que en Cartagena de Indias yo era el mejor escritor de mi calle. Un año después conseguí un libro del autor en una librería de segunda y leí sus cuentos. Tan triste como bella es un obvio homenaje a Tan triste como ella de Juan Carlos Onetti, de hecho está dedicado a JCO y a EG. EG era una chica que, curiosamente, solía decirme que a veces soñaba con un tipo viejo y calvo que escribía y no paraba de fumar en Madrid. El cuento es un homenaje a la relación que tuve con cada uno de ellos.
Por Jorge Consuegra (Libros & Letras)
Deje su Comentario