Desde el fragor del fuego que me esta quemando, no puedo sino dar rienda suelta a mi indignación y tratar de que mi galope no sea en vano, en un país en donde el verde de la certidumbre no debería desaparecer jamás; aunque en esta coyuntura se escale por entre los hierros herrumbrosos de quienes pretenden sumir a Colombia en aguas feroces y pútridas.
Si bien es cierto que, constitucionalmente, el derecho a la protesta esta amparado por la misma, debería discernirse que el tablero de ajedrez es digno cuando los desplazamientos de las piezas se hacen en torno a la prosperidad de la nación; advirtiéndose que la honra mas alta de todas debe ser que Colombia este por encima de todas las mezquindades humanas. La justificación a las marchas se vio amparada por una reforma tributaria exteriorizada en un momento social y económico inoportuno, debido al padecimiento de los connacionales. La emersión del proyecto estaba bañado de crueldad y dolor y por ende el camino apropiado era el repliegue hacia el olvido.
Cuando una sociedad es un nucleo invariable es complejo concebir la esperanza por el derrotero correcto; pero si por el contrario se consuma la excusa como asta y bandera para suscitar una vorágine y zozobra económica, entonces la jabalina oprimirá nuestro propio pecho; aunque he de asentir que no todos los dados pueden enmarcarse en el mismo lienzo.
Me hierven las venas al constatar como se desangra la infraestructura de la nación a raíz de los bloqueos en las carreteras, ejercidos por unos apátridas que empuñando la bandera en la mano la desgarran hasta desdibujar el bien
nacional. No hay pretexto ninguno para escarnecer a Colombia como están haciéndolo por la reunión de sus talantes venenosos, antipatrióticos y faltos de categoría; indudablemente este no es el lance en el que al restar se suma.
Cuando el resentimiento es la piedra angular del corazón, entonces lo único que se origina es la pus del delito de quienes con sus procederes se inclinan por mantener al país desabastecido, sin abrumarse por el sufrimiento de millones de colombianos. Voz en alto enuncio que son unos seres despreciables; una configuración adecuada para extirpar el cáncer, es ponerle a la víbora su propio collar. El golpe de hígado es digno solamente cuando el bien ajeno no se lesiona.
Criminal también es quien en su actitud retiene la mediocridad con la cual calcina el futuro de Colombia y los colombianos. Ninguna forma de expresión que destroce los bienes de la nación o de sus habitantes tiene legitimidad y debe judicializarse con la mayor firmeza.
Una cosa es luchar por lo que se pueda considerar equitativo y otra hacer de la blasfemia un acto de verbo nacional. No desconozcamos que del otro lado del rio también corren aguas y es por ellas que el equilibrio se mantiene. Para
quienes procuran anarquizar el país, mi mas profunda repulsa; no sin antes enunciarles que en su piel no habitan mas que las vilezas de lo que siempre han sido y jamás dejaran de ser.
Escrito realizado por Manuel Ignacio Serrano Restrepo “el halcón marcando territorio” para barriosdebogota.com
El mundo debe ser territorio de JESUS y MARIA.
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