Me lo habían dicho pero no lo creí hasta no verlo con mis propios ojos. No pensé que el fascismo tocara de esa forma los monumentos y pensé que esto era algo pasado. Pero es verdad, la escultura de Pardo Leal realizada por Emiro Garzón ya no existe. Que yo sepa, la radio no dijo nada. Los de la emisora la W, no dijo ni pio, tampoco los noticieros no hicieron el escándalo acostumbrado por cosas como son chismes de mucho menor valía, pero que les da dinero, y ni siquiera se atrevieron a mostrar su esqueleto inexistente de bronce.
Hoy recuerdo con tristeza, que asistí a su inauguración un día del año 89 en el gran separador verde entre árboles de la Avenida de Las Américas donde fuimos a acompañar a Emiro Garzón. Fueron amigos de muchos sectores políticos, miembros militantes del Partido Comunista y la Unión Patriótica y de Jaime Pardo Leal, su máximo dirigente.
Esta escultura se la encargó a Emiro Garzón el Concejo de Bogotá costándole una suma importante esta institución que se tendrá que averiguar, porque se utilizó dinero de todos los bogotanos para su realización.
El bronce Emiro Garzón lo sacó de cientos de casquillos de balas, que él le compró al Ejército, fundiéndolos en su taller del norte de la ciudad, que luego trasladó a los cerros de Suba, donde lo instaló en enorme taller con hornos de fundición y todos las los requisitos técnicos que se requieren para estas locaciones.
Siempre ha ocurrido así: el fascismo no perdona los símbolos, y tampoco la libertad de expresión.
A esta altura la gran escultura de Pardo Leal por el tiempo y las lluvias tenía ya la sagrada pátina, que todo monumento antiguo debe tener, convirtiéndolo en un patrimonio histórico y cultural de la ciudad y el monumento de Garzón ya lo era.
El fascismo paramilitar actual lo voló. En él Pardo Leal salía de la roca de granito con resolución convertido en bronce con su mano derecha alzada hacia cielo y con los dos dedos del corazón e índice haciendo la señal de la victoria: a pesar de los seis mil asesinados ocurridos en estos veinte años de su organización, que el ex candidato presidencial representó y que si el genocidio no se produce de casi todos sus miembros con seguridad hubiera llegado al poder.
Siempre ha ocurrido así: el fascismo no perdona los símbolos, y tampoco la libertad de expresión. Mucho menos los monumentos que recuerdan a los hombres íntegros servidores de su pueblo como lo fue Jaime Pardo Leal.
Años antes en la Medellín de la época del terror “narco- para- militar”, la Paloma de la Paz de Botero, sufrió una voladura en un parque de la ciudad, y mucho antes hubo otro atentado contra los murales de Pedro Nel Gómez. En la España en guerra contra el fascismo del 36, hace 70 años la población vasca de Guernica fue bombardeada inmisericordemente por la aviación nazi, y no sé porque la reacción mundial de los grandes intereses económicos de la guerra no ha quemado hasta ahora el famoso lienzo de Picasso.
Nos tocó otra vez. Y esta joya de la escultura histórica de Emiro Garzón no volverá a estar entre nosotros en ese sitio de la Avenida de las Américas, iluminando con su mano de antorcha la oscuridad de estos tenebrosos tiempos neoliberales.
¿Por qué nadie dijo nada?
Por: Armando Orozco T./ Tomado de Libros y Letras
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