En el Festival Internacional de Teatro Popular Entepola, que se realiza cada año en distintas localidades de Bogotá, ni el público paga por ver las obras ni los actores cobran por presentarlas. De hecho, los teatreros ni siquiera reciben viáticos ni pasajes de los organizadores, así vengan de España, Puerto Rico o Venezuela. Para ajustar, los encargados del evento tampoco cobran un peso y se hace sin un solo peso en efectivo, aunque cuesta, según sus organizadores, alrededor de 500 millones de pesos.
Este encuentro en el que todos gozan y nadie paga (ni cobra) es responsabilidad de Mary Olarte, quien durante nueve años ha realizado este festival. Cada edición tiene como sede una localidad diferente y la que acaba de terminar, se llevó a cabo en El Rincón del Valle, una montaña cercana al parque Entrenubes, de la localidad Rafael Uribe Uribe.
Mary, que para la novena versión del Festival logró convocar a 175 artistas de Colombia, España, Chile, Venezuela, Ecuador, Puerto Rico y Perú, dice con toda la convicción: “Aquí está prohibido el dinero y la politiquería, y a la tarima solo se sube la comunidad y la Universidad Nacional”. Esta última porque la gestora recibe ayuda en especie de esa entidad, en la que trabaja desde hace 31 años, ahora como directora de Títeres.
La gestora explica que la idea de organizar un festival teatral con estas características no es suya, pues Entepola es un encuentro latinoamericano de arte y teatro popular, fundado en Chile hace 27 años. “Hace 13 años viaje allá para concoerlo e hicimos un circuito latinomericano. Yo me inventé el mío porque quería hacer un festival para las personas más olvidadas y menos reconocidas”.
Todos ponen
¿Pero como es posible alojar a casi 200 artistas, alimentarlos, traer decenas de ellos al país y llevarlos a las presentaciones sin gastar un peso?
“Siempre la hacemos en los lugares donde la gente es más olvidada. Es una labor hecha con la comunidad y estudiantes y egresados de la Universidad Nacional -explica la organizadora-. El público dona la comida y también se hace una olla comunitaria, porque donde hay comida, hay perdón. Así se disminuye la violencia familiar e interbarrial”.
Este año, por ejemplo, la Universidad Nacional aporta el transporte y los celulares; los pasajes -aunque parezca increíble- los consiguen los mismos grupos que vienen del exterior, y el alojamiento también corre por cuenta de la comunidad. “En el segundo festival nadie daba la vivienda y los artistas ya empezaban a llegar. Entonces acudí a la junta directiva de la asociación de moteles del barrio Venecia y ellos dijeron que ayudaban: todos los artistas, que eran unos cien, se quedaron en los moteles”, recuerda la mujer.
Así los participantes del Festival resultan ser todos: los que actúan, los que ven, los que alojan, los que ponen la comida y los que facilitan recursos. Mary dice que este es su último año al frente de Entepola, porque tiene otros planes: “Cualquiera que se quede con Entepola estará bien. No soy egoísta ni tengo propiedad privada con esto. Ahora me dedicaré a los habitantes de calle”, concluye.
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