En una verdadera pachanga terminó el concierto que la Orquesta Filarmónica de Bogotá, ofreció junto a la Big Band de Juancho Torres y la cantaora, María Mulata, en el teatro León de Greiff, el pasado sábado. El multitudinario público, sospechaba que la presentación sería un verdadero porro filarmónico, por las obras incluidas en la programación, pero no preveían un baile al son de una Orquesta que lleva 46 años, interpretando a los grandes compositores de la música ‘clásica’.
Los más de 1600 asistentes que llegaron en una tarde soleada y animada, vibraron desde el inicio con la ejecución del joropo Alma Llanera, de Pedro Elías Torres. La familiaridad con esas armonías nacionales, rompieron con el protocolo y formalismo del público, que al unísono, empezó a llevar el ritmo con aplausos y con el bullicio al final de cada ‘canción’, exaltando la belleza y profundidad de los sonidos producidos por más de 100 instrumentos.
El auditorio León de Greiif estaba colmado de niños, jóvenes, abuelos, amigos y familias enteras que llegaron en pequeñas manadas a disfrutar de un goce anunciado. Este sería, sin lugar a dudas, la mejor celebración de Amor y Amistad, pues al final, las melodías pacificarían sus corazones. Este fue un concierto por la paz.
El entusiasmo fue mayor cuando Alfredo Vargas, una de las voces de la Big Band de Juancho Torres, le puso picante al concierto que avanzaba con la interpretación de El Binde, un porro pelayero de Victoriano Valencia. El ritmo caribeño se había tomado el recinto donde no existían los esquemas de la música sinfónica.
Los instrumentos de viento y la percusión fueron los protagonistas en los porros que antecedieron el canto de la artista invitada, Diana Hernández, más conocida como María Mulata. Los solos de trompeta, agitaban los aplausos.
Vestida de múltiples colores y con su falda típica de las danzas caribeñas, María Mulata, le puso un toque de magia al variopinto público que nunca supo lo que fue un bostezo. Con un sensual baile y movimiento de caderas, esa bella ave que canta y vuela al mismo tiempo, trajo más porros: La Mochila de Darío Meza, El Dolor de María de Pablo Flórez y Los Sabores del Porro, del mismo autor.
Así fue como la sabrosura de la danza, contagió a los músicos de la Orquesta, que mientras bailaban también interpretaban sus instrumentos. Incluso, zapatearon y gritaron durante algunas canciones. Definitivamente, esta no era la ‘clásica’ Orquesta Filarmónica que la gente conoce.
El final de esta histórica presentación, llegó el turno para el fandango, unos de los aires típicos colombianos. San Pelayo, de Victoriano Valencia, mostró a una orquesta que tocaba a todo vapor, como un tren arrollador de las emociones. El maestro Eduardo Carrizosa, puso toda su energía pues no dirigía, sino que vibraba con sus movimientos cortos y rígidos, al frente de los músicos.
Tras las emocionadas palabras de Juancho Torres, quién destaco el trabajo de su gente y de la Filarmónica, llegó el bis que tanto pedía la multitud con aplausos. San Pelayo, el fandango de Victoriano Valencia volvió a sonar, en esta ocasión acompañado del baile de María Mulata y los cantantes de la Big Band. En las gradas se ‘prendió la mecha’, donde más de uno cogió pareja y bailó al ritmo filarmónico. Las sonrisas de los asistentes a la salida del auditorio, fueron la muestra fehaciente de que fue posible volar al son de los porros.
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