Para muchos podrá ser algo loco o absurdo que después de haber dedicado tanto tiempo a estudiar Veterinaria, a alguien le de por dejar a un lado los bramidos de las vacas, el batir de las colas de los perros y el maullido de los gatos por la literatura y el arte. Pero la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida…
Celso Román fue de aquellos estudiantes dedicados con alma, vida y sombrero a sus estudios universitarios; jamás llegó tarde a clase y era uno de los primeros en cumplir con los trabajos y las investigaciones en medicina veterinaria; siempre fue un hombre dedicado a los animales, los amaba con el alma y siempre vio en ellos su mejor futuro, pero justo en el momento de recibir su diploma con todos los honores, lo enrolló, sacó su vieja máquina de escribir y dejó que la musa de la inspiración lo consintiera y se dedicó desde ese mismo momento a la producción literaria con el mayor de los éxitos.
Celso nació el 6 de noviembre de 1967 en Bogotá; al dejar la veterinaria estudió literatura y artes y se formó como Maestro en artes plásticas con especialización en escultura; pero además realizó estudios de postgrado en el Pratt Institute de Nueva York y ha exhibido sus esculturas en salas como la del Museo de Arte Contemporáneo, la Galería San Diego y el Museo de Arte de la Universidad Nacional. Combinó muy bien sus labores como escultor y escritor con la docencia, ya que fue profesor de bellas artes en la Universidad Pedagógica, en la Jorge Tadeo Lozano y en la Universidad Nacional.
En 1972 publicó cuentos cortos en El Espectador, El Tiempo y en varias revistas literarias, durante los dos años siguientes. Ha escrito para los niños varios libros de cuentos y novela como El pirótico barco fantástico, El hombre que soñaba, De ballenas y de mares, Los animales domésticos y electrodomésticos, El maravilloso viaje de Rosendo Bucurá, Ezequiel Uricoechea: el niño que quería saberlo todo, Acerca y de lejos, etc.
Su obra literaria ha sido galardonada en varias ocasiones. Ganador del premio Latinoamericano de Literatura Infantil y Juvenil Norma-Fundalectura 1998 con la obra El imperio de las cinco lunas; la Asociación Colombiana para la Literatura Infantil le otorgó un premio por su libro Las cosas de la casa (1988); ganador en ciudad de México del premio Netzahualcoyotl de literatura latinoamericana para niños (1982); primer premio en el concurso nacional Enka de literatura infantil (1979) con Los amigos del hombre; primer premio en el concurso de cuento 90 Años de El Espectador «Mejor en la montaña » (1978); primer premio en el concurso del libro de cuentos Universidad del Tolima (1977) por su libro «Cuentos para tiempos poco divertidos» El Maestro Román además de escribir trabaja para una fundación que se denomina Taller de la Tierra, un programa de educación ambiental.
– ¿Cuál es el primer libro que recuerda haber tenido en sus manos?
Tuve la suerte de ser hijo de educadora normalista, Helena Campos Bonilla, y siempre hubo libros cerca de ella, y me encantaba un libro bellamente ilustrado, de Constancio C. Vigil, que se llamaba «Cuentos para gente menuda», y recuerdo con alegría cómo solía soñar con esos textos y dibujos.
-¿En los años de la educación primaria tuvo profesores que lo hubieran enamorado de los libros?
Indudablemente un profesor es figura clave para inculcar a los niños el amor a las letras, y en mi caso fue el profesor Rafael Aramendiz, un opita cultísimo, siempre impecable en su vestimenta y que nos inculcó a sus estudiantes el amor a los libros, a la poesía y a la palabra en general.
– ¿Qué personajes de literatura, en su infancia y adolescencia, recuerda con especial cariño?
Además del Profesor Aramendiz tuve un tío que se llamaba Alejandro Patiño Patiño, esposo de una de mis tías, quien había sido un personaje aventurero y rebelde, que de joven se había escapado con un circo, había sido militar, científico y profesor universitario de Bioquímica en la Universidad Nacional. De su amor por la aventura le quedó una inmensa colección de libros de Emilio Salgari, Alejandro Dumas, y Julio Verne -entre otros- así como revistas de un famoso ladrón llamado John C. Raffles. Mis hermanos y yo devorábamos esa literatura que nos hacía soñar en la adolescencia.
– ¿Ya en la juventud aumentó su afecto por los libros?
Cuando uno se enamora en la juventud aumenta proporcionalmente el amor por los libros, y es la etapa en la cual nos hundimos como buscadores de perlas en el estanque de la poesía.
– ¿De qué se trató su primer cuento?
Me acuerdo que una vez iba por la calle y pasaba delante de una pared donde había una gran cantidad de avisos de papel superpuestos -los «Carteles Olympia» que pegan con engrudo unos sobre otros, anunciando espectáculos populares, propaganda política y cosas por el estilo. Me dio por desgarrar un aviso de esos y toda la masa acartonada de papel se desprendió de la pared y cayó al suelo. Allí nació el cuento «Carteles» que me publicaron en el magazín dominical de El Tiempo, y en el relato decía que los carteles apelmazados se desprendieron como una piel viva, y la pared sangró con surtidores de pequeñas arterias, como si la pared fuera un ser vivo y quedara al aire la carne palpitante, y salí corriendo.
– ¿Cómo supo que podía llegar a ser escritor?
Cuando me siguieron publicando mis cuentos y relatos en periódicos universitarios -Púe, Xúe, Monimbó- y magazines dominicales. Luego gané un concurso universitario de libro de cuentos convocado por la Universidad del Tolima. El libro se llamaba Cuentos para los compañeros y eran los cuentos cortos que leía a mis compañeros de clase en los espacios entre clase y clae, tomando tinto en la Facultad de Veterinaria.
– ¿Qué satisfacciones le ha dejado ser creador literario?
Indudablemente las satisfacciones llegaron con los premios literarios, pues los galardones abren puertas con las editoriales. La otra gran satisfacción es el brillo en los ojos de los lectores que han vibrado con mis libros. Con mucha frecuencia tengo encuentros con esas personas, y esa luz en las miradas y las sonrisas valen más que todos los premios que he recibido.
– ¿Es más difícil escribir para los niños que para los adultos?
En general, escribir es difícil, y con el fallecido compadre Jairo Aníbal Niño llegamos al acuerdo de que las clasificaciones en la literatura son arbitrarias, y que si acaso hay que clasificar la literatura, sólo hay dos categorías: la literatura buena y la literatura mala, sin desconocer que hay matices que influyen en la complejidad de los temas y el manejo del lenguaje: no podemos poner a leer el Ulises de Joyce a los niños, pero sí pueden aprender a leer con Haikús de Matsuo Basho y dulcísimos poemas de García Lorca, Machado y Miguel Hernández.
– ¿Cuál o cuáles han sido los libros que lo consagraron?
Son libros correspondientes a los premios: Los amigos del hombre (Premio ENKA de Literatura Infantil); Las cosas de la casa (Premio de la Asociación Colombiana para la Literatura Infantil y Juvenil); Entre amigos (Premio Bogotá, Capital Iberoamericana de la Cultura); El Imperio de las Cinco Lunas (Premio NORMA-Fundalectura de Literatura Juvenil), además del ya mencionado Premio de la Universidad del Tolima y el Premio de Cuento 90 años de El Espectador.
– ¿Cómo ve la situación de la lectura en Colombia?
Las estadísticas demuestran que somos uno de los países donde menos se lee, y esto es muy grave, porque -guardadas las proporciones- si leyéramos más, seguramente se reducirían los índices de violencia.
– ¿Qué debemos hacer para que realmente tengamos hábitos de lectura?
Este es un claro asunto de educación. Pertenezco a una generación que apenas empezó a conocer la televisión, de la regla de cálculo pasó a la calculadora, luego a la grabadora, de la radiola al cassette, de ahí al CD y luego al computador, al teléfono celular, y a todo lo que hoy nos inunda con aparatos electrónicos cada vez más pequeños y más sofisticados.
Pero teníamos tías, abuelos, padres y madres que nos contaban cuentos y nos enseñaron a apasionarnos por la lectura, a quedarnos dormidos leyendo un libro, y a soñar despiertos con Tom Sawyer y Huckelberry Finn, y a desear vivir esas aventuras, que se reforzaban cuando el radio-teatro nos invitaba a imaginar las aventuras de Milton el Audaz, Kadir el Árabe y tantos personajes que salían del radio transistor. Esto me lleva a reflexionar sobre el punto central: la esencia de la lectura reside en la capacidad de la mente para generar imágenes y realidades mentales a partir de la palabra.
Es necesario educar a nuestros niños no en el miedo a la electrónica y a la tecnología moderna, sino invitarlos a descubrir la magia de la palabra directamente ligada a la imaginación y la fantasía. Eso implica que docentes, padres y abuelos vuelvan a contar cuentos y a poner a la televisión y la Internet en su justo lugar, pues en este momento los medios de comunicación se están adueñando de la vida de los niños y los jóvenes.
– ¿Las Ferias del Libro ayudan en algo a la lectura?
Indudablemente las Ferias del Libro contribuyen a la divulgación y al disfrute del libro. Deberían ser de acceso libre para que la familia completa pudiera disfrutarlas.
– ¿Qué libros recomienda para quienes desean ingresar en el mundo de los libros?
En encuentros con docentes y jóvenes yo recomiendo seguir el hilo de la literatura desde la explicación mágica del mundo, a partir del conocimiento de los mitos de creación de las diversas culturas del mundo; propongo luego pasar a reconocer las leyendas de nuestra América, como el resultado del encuentro con los europeos y los africanos; enseguida puede uno entrar al universo de los cuentos tradicionales, y de ahí pasar a la poesía, la novela y otras formas literarias como el teatro y la ópera. Como libros que considero esenciales están El Quijote, Cien años de Soledad, las obras de Hemingway, y las de los escritores latinoamericanos en general.
Por Jorge Consuegra
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