“Cien años de soledad es un vallenato de 350 páginas”, así lo definió Gabriel García Márquez, cuando le indagaron sobre la base estructural de su gran obra literaria. Y enseguida añadió: “En ‘Cien años de soledad’ soy un escritor realista, porque en América Latina todo es real. Asumir nuestra realidad puede dar algo nuevo a la literatura”.
La declaración de Gabo al ponerle letras a su grandioso libro, en vez de notas de acordeón, sirvió para que el mundo se sentara a leerlo y descubriera muchos detalles inéditos de un folclor que en el Caribe colombiano le dieron vida hombres descalzos y que iban de pueblo en pueblo cantando un acontecimiento.
El comienzo de todo se dio cuando Gabo le dijo a su esposa Mercedes Barcha: “Encontré el tono. Voy a narrar la historia con la misma cara de palo con que mi abuela me contaba hechos fantásticos, partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su padre a conocer el hielo”.
Al poco tiempo notificó a su mujer que mientras estuviera encerrado escribiendo en su casa de México, se ocupara de todo sin molestarlo. Y ella cumplió. No lo molestó durante 18 meses hasta que nació el hijo mayor de las letras colombianas que terminó su impresión el 30 de mayo de 1967 por encargo de la editorial Sudamericana de Buenos Aires.
Seis días después comenzó su venta con ocho mil ejemplares y a la fecha tiene más de 40 millones de copias y ha sido traducido a 49 idiomas. El título del libro, cuya portada la hizo la diseñadora argentina Iris Pagano, apareció en el último párrafo después de dar vueltas por el mamotreto de hojas: “En el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.
El amor de Gabo por el vallenato era igual a sus letras y lo definió en una memorable frase: “No sé que tiene el acordeón de comunicativo que cuando lo escuchamos se nos arruga el sentimiento”.
También quedó en el registro histórico cuando el 10 de diciembre de 1982 una delegación vallenata lo acompañó a recibir en Estocolmo el Premio Nobel de Literatura. Estuvieron Consuelo Araujonoguera, Rafael Escalona, Poncho y Emiliano Zuleta, Pablo López y Pedro García.
Canción al Nobel
De aquel viaje queda el relato de Consuelo Araujonoguera, quien en su libro ‘Escalona, el hombre y el mito’, indica que le había pedido al maestro que hiciera un canto vallenato a ese suceso que traspasó las fronteras. Escalona le respondió que no hacía cantos por encargo, pero sin embargo al llegar de Estocolmo la inspiración lo visitó y solamente “le bastó un repaso somero a dos de las mejores obras literarias de Gabriel García Márquez, para sintetizarlas en un merengue bien llamado ‘El vallenato Nobel’, que luego sería interpretado por los Hermanos Zuleta”.
Gabo te mandó de Estocolmo
un poco de cosas muy lindas,
una mariposa amarilla
y muchos pescaditos de oro.
Gabo me ha invitado a su fiesta
y esto es para mí un gran honor,
fuí con los hermanos Zuleta
para que el rey oyera acordeón.
Cuatro meses y 20 días después de Gabo haber recibido el Premio Nobel de Literatura vino a Valledupar a oficiar como jurado del Festival de la Leyenda Vallenata y se encontró de frente con los recuerdos de la historia familiar de los Buendía, eje central de su libro. En el evento estaba participando Julio César Rojas Buendía, quien a la postre se coronó como Rey Vallenato, gracias a sus dotes de excelente acordeonero.
Gabo también estuvo como jurado del Festival de la Leyenda Vallenata en 1992 cuando se alzó con la corona Álvaro López Carrillo, elegido recientemente como cuarto Rey de Reyes. De igual manera, en el 33º Festival de la Leyenda Vallenata, año 2000, se le rindió el más grande homenaje al Nobel de Literatura.
La magia de Macondo
Cien años de soledad definitivamente es una parranda de letras que al sonar del acordeón se convirtieron en frases que le dieron la vuelta al mundo gracias a la magia de Macondo, donde no es difícil decir como Rafael Escalona:
Solamente me queda el recuerdo de tu voz
como el ave que canta en la selva y no se ve
con ese recuerdo vivo yo
con ese recuerdo moriré.
O mejor continuar con la frase del propio Gabriel García Márquez: “En cualquier lugar en que estuvieran recordarán siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera”. Y remató diciendo: “Uno no se muere cuando debe, sino cuando puede, y el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”.
En medio de esta fecha especial queda la clase sobre vallenato que dio Gabo en 1992 cuando en la tarima ‘Francisco el hombre’ al escuchar ejecutar el aire de puya declaró: “Los jóvenes de hoy en día ya no respetan la esencia del verdadero vallenato, sino que tocan ese acordeón como si tuvieran un ataque de epilepsia”.
La intención de Gabo por enterarse de lo que estaban haciendo los acordeoneros, cajeros, guacharaqueros, compositores y cantantes, puso de manifiesto su interés y devoción por ese folclor que amaba. Además, el haberla incluido en sus novelas dándole una visión universal lo convirtieron en un verdadero y grandioso baluarte que logró llamar la atención de la gente más apartada del planeta, enterándola sobre la música vallenata.
…Y a la vuelta de la esquina triunfó Gabo con ese vallenato con la mayor cantidad de letras reunidas en 590 cuartillas y que tituló: ‘Cien años de soledad’ y donde en la página 23 narra que “Meses después volvió ‘Francisco El Hombre’, un anciano trotamundos de casi 200 años que pasaba con frecuencia por Macondo divulgando las canciones compuestas por él mismo. En ellas, ‘Francisco El Hombre’ relataba con detalles minuciosos las noticias ocurridas en los pueblos de su itinerario, desde Manaure hasta los confines de la ciénaga, de modo que si alguien tenía un recado que mandar o un acontecimiento que divulgar, le pagaba dos centavos para que lo incluyera en su repertorio”.
Por Juan Rincón Vanegas
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