La generación nadaísta dejó un número apreciable de buenos escritores, en cabeza del propio Gonzalo Arango, cuyas obras se han ido valorando en la justa medida con el tiempo. Armando Romero es uno de ellos. Alejado por años de Colombia, en errancia, formación y con asiento académico más o menos constante en la Universidad de Cincinnati, en los EUA. Narrador, poeta, ensayista. Escritor total. Su obra ha sido editada y reeditada en varios países, con traducciones a otras lenguas.

Lo más reciente es la versión al portugués de antología poética suya, con homenaje al autor en Lisboa, en ritual pessoano. Juan Calzadilla lo calificó de “tipo de escritor cuyo orgullo estriba en que sabe colocarse siempre por encima de los géneros.”

Personalidad seria y sobria, de exquisito trato y despliegue en profundidad en la conversación. Conocedor de literaturas, territorios, historias… Pródigo en el compartir, con sabiduría sin empalagos. Grecia es un referente continuo en los diálogos, a lo largo y lo ancho de su cultura, con aprecio de paisajes que ha podido observar con deleite desde una ventana, o en su caminar por brusca geografía en proximidad del mar.

Poeta en verso y en prosa. Analista de temas, con escritura de calificado ensayista. La Revista Aleph le dedicó, como edición monográfica, la entrega No. 160 (Enero/Marzo 2012), con aportes de expertos en su obra: Antonio García-Lozada, Miguel Gómes, Arturo Gutiérrez-Plaza, Raúl Ianes, Esdras Parra, Manuel-Guillermo Ortega, Rafael Courtoisie, Anthi Papageorgiou, Martha Canfield, José Prats-Sariol, sin faltar Álvaro Mutis y Juan Calzadilla, con su colega de generación Jotamario Arbeláez.

Su novela más reciente, Cajambre, ha venido siendo bien recibida en exigentes medios, con presentaciones, reseñas, divulgación favorable. Premiada en España en el 2011. Óscar Collazos se refirió a ella como la novela que faltaba sobre la costa pacífica colombiana. Trata la idiosincrasia, los conflictos, la dominación en poblaciones afrocolombianas, con el rigor de un conocimiento bien cimentado en la etnografía y en la geografía de selvas y ríos, de padecimientos y esperanzas, con gritos de anhelo, entre miedos y sombras escurridizas, el drama en la contraposición de culturas señaladas por el color, con la violencia propia de enfrentar la vida y la naturaleza al precio que las horas digan.

La rueda Chicago es otra de sus novelas celebradas, con característica de urbana, en sus dramas protuberantes de migraciones, desplazados, violencia, narcotráfico, con los elementos propios de culturas que dan tonos de paréntesis para la recreación y el sosiego con los blues y los ambientes festivos comunitarios.

La poesía es, para mí, la expresión más elocuente en la obra de Romero. En la prosa no se le escapa. Entraña crucial de poeta. Artífice de creatividad singular. Ha dejado en versos consagrados las vivencias del surrealismo hasta las del acontecer infaltable en la vida cotidiana.

Experiencias de sensibilidad protuberante, que han merecido varias antologías en diversos países, como El aguacero edificable hecha por Monte Ávila en Caracas o la discreta, con paso de largo, que hizo la Universidad Externado de Colombia, El árbol digital y otros poemas (2009), en la colección “Libros por centavos”.

Sombras cruzan sus palabras, con vestigios del ayer. Montes y monjes se confunden en versos, aquellos de enlodada cabellera y estos en oración a la manera de relojes de péndulo. Hay riqueza de figuras en la poesía de Romero, con derroche de ritmos, entrelazados en cadencias de armonía manifiesta. Al recordar una antigua ciudad en ruinas, medita en lo eterno, con encuentro del color de ceniza en la eternidad.

La felicidad sorprende al poeta, en la inquietud de encontrarla en lugar ajeno a las rutinas de los simples enunciados. Huir es otra idea que sobrecoge al poeta viajero, en el sentido de construir o conquistar recuerdos. Transita en su obra la alegría y el humor, la angustia y la mirada preocupante a los horizontes, con señales de espera, de confusión o de insidia. El amor y el deseo se confunden con la fatiga y lo indisoluble. Poeta de honduras, con belleza en el discurrir con las palabras.

Si tuviéramos sentido de las proporciones, Romero podría ser postulado por Colombia, y las Academias latinoamericanas, al Premio Cervantes. Sus méritos muestran a un escritor sobresaliente, por fuera de los estándares de las editoriales comercialistas.

Por: Carlos-Enrique Ruiz (Director de la revista Aleph)