El trinar de las aves, las hojas cayendo de los árboles y las místicas voces del viento deberían ser los únicos sonidos que se perciban en los 13 humedales de Bogotá. Sin embargo, debido al crecimiento poblacional, al aumento de la construcción y al tráfico vehicular y aéreo, el panorama cambia.
Las turbinas de los aviones, los motores y pitos de los carros, y la música del equipo de sonido de algún vecino rumbero, han sido algunas de las razones por las cuales estos ecosistemas han ido perdiendo su silencio.
Sin embargo, esa era tan sólo una hipótesis, ya que nunca se habían medido los sonidos dentro de alguno de estos ecosistemas. Para conocer si en los humedales aún reina el silencio, o si por lo contrario es un sueño a futuro o un imposible por el excesivo ruido, desde noviembre de 2009 la Secretaría Distrital de Ambiente se dio a la tarea de medir los decibeles en La Conejera, humedal ubicado en la localidad de Suba.
Para este primer proyecto piloto, los técnicos de la SDA seleccionaron ocho puntos de medición: cinco dentro del humedal y tres en lugares cercanos a la vía que comunica al municipio de Cota con Bogotá; todo para contrastar los sonidos de la naturaleza con el ruido producido por la mano del hombre.
Al interior de La Conejera la mayoría de sonidos captados aún son naturales, es decir que se podría disfrutar de un buen libro escuchando el canto de una monjita. Lo único que podría perturbar al lector, por tan sólo unos minutos, sería un avión, una retroexcavadora, algunas alarmas, un vallenato o el ladrido de un perro, ruidos de las viviendas aledañas que se alcanzan a colar a través de los tupidos árboles de este pulmón de la ciudad.
En los cinco puntos monitoreados dentro del humedal, las mediciones no superaron los 47 decibeles. Lo máximo permisible para una reserva natural es de 55 decibeles.
“Esto indica que en este ecosistema aún reina el silencio, aunque los decibeles serían inferiores si los vecinos ponen de su parte y le bajan al equipo de sonido. El ruido de los aviones o de las construcciones no se puede frenar, ya que hace parte del crecimiento urbano de la ciudad”, apuntó Juan Antonio Nieto Escalante, Secretario Distrital de Ambiente, quien además aseguró que el ideal es medir el ruido de los 12 humedales restantes.
Otra cara del silencio
En los tres puntos monitoreados cerca a la vía Cota los decibeles se disparan, pasando de los 47 registrados al interior de La Conejera, a un promedio de 68.
Los causantes de ensordecer la periferia del humedal de La Conejera son los buses, microbuses, camiones y vehículos particulares, además del paso de los aviones. Esto ratifica que el alto tráfico vehicular es uno de los grandes protagonistas en el ruido de la ciudad.
El ruido alrededor de los humedales se mueve a través del viento, y puede afectar las aves y demás especies que habitan este ecosistema. “Los vehículos podrían ser más silenciosos bajándole al uso del pito, y no instalando elementos generadores de ruido como bocinas y resonadores en frenos y aceleradores”, concluyó Nieto Escalante.
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