Los recientes sucesos de Transmilenio (TM) le dieron aire a un debate que es bienvenido, porque trata sobre la calidad de vida de millones de personas en Bogotá y otras ciudades. Para que la discusión lleve a lo que más interesa, que es superar un sistema de transporte inicuo, debe tomarse la verdad de los hechos y abandonar el sectarismo, para propiciar un ambiente democrático que facilite la controversia. Lograr dicho ambiente depende en mucho de que el Alcalde actúe con cabeza fría y deje de atribuirse el derecho al todo vale.
Se equivoca en grande quien no ponga en la base del análisis que TM opera demasiado mal: los bogotanos viajan en condiciones que lesionan su dignidad, los buses pasan con intervalos larguísimos y los pasajes son de los más caros de América Latina, en una ciudad donde un millón camina largas jornadas o se desplaza en bicicleta porque no puede pagarse ni los buses más baratos, y menos TM. Se sabe, además, que TM no es un servicio público oficial sino el negocio privado de trece monopolistas que gozan de subsidios y gabelas insólitas. Tienen razones de sobra los bogotanos para vivir indignados con TM e incluso sorprende tanta paciencia.
Por otra parte, es por completo falsa la responsabilidad que Gustavo Petro me atribuye en las protestas del 9 de marzo. Si no tuve absolutamente nada que ver con los respetables reclamos cívicos y democráticos de ese día, menos con la destrucción de algunos paraderos, daños que no comparto por convicciones de principios y porque atentan contra las peticiones ciudadanas para que mejore el transporte público en Bogotá. Lo mismo puede decirse del Moir, de Clara López y del Polo. Sin importar cuánto nos calumnien y maltraten los enemigos viejos y nuevos del partido de la izquierda democrática, estas son verdades irrefutables.
También es lamentable que el Alcalde, que fracasó en el intento de crear un movimiento de usuarios de TM controlado por su administración y fue rebasado por los hechos, desconociera la parte civilista de los reclamos y apelara al macartismo para aplastarla. Es obvio que esta conducta no tiene nada que ver con las concepciones de la izquierda democrática de Colombia y el mundo. Cuán diciente es que Santos respaldara ese enfoque y que con esa misma óptica calificara las movilizaciones que se dan en el país.
Peor que los maltratos al único partido de oposición que hay en Colombia por cuenta de un alcalde al que la ley le prohíbe actuar en política, puede ser que esas actitudes lleven a no entender las causas del problema. Y quien diagnostica mal decide mal a la hora de corregir. Si bien el problema de Transmilenio no lo creó Gustavo Petro, sí le toca a él encontrarle las soluciones, que no saldrán de cacerías de brujas ni de inventarse chivos expiatorios sino de actuar con sensatez y criterios acertados en dos grandes direcciones.
La primera consiste en renegociar por leoninos los contratos suscritos entre el Distrito y los operadores privados de TM, para abaratar en proporciones importantes los pasajes y eliminar cláusulas que inducen al hacinamiento, propuesta únicamente planteada en la campaña a la Alcaldía de Bogotá por el candidato del Polo, Aurelio Suárez, agudo conocedor de la ciudad. Es bueno que el alcalde Petro haya corregido su posición en este aspecto. Pero también debe comprender que para el logro de ese objetivo en nada ayuda despacharse con incontables tuiterazos contra el Polo, porque dichos contratos cuentan con respaldos muy poderosos y no pocos blindajes legales.
La segunda tiene que ver con que aún si se reducen las tarifas, todavía quedaría por resolverse el hacinamiento en los buses y la gran dificultad para coger uno. Y mucho me temo que estos problemas no se arreglan con los paliativos de remodelar unas estaciones, programar semáforos y reparar unas losas, porque la falla puede ser estructural, es decir, que hay líneas de TM en las que el número de pasajeros superó la capacidad de diseño, porque este no es un sistema de transporte masivo pesado, como el metro, sino ligero, con menor capacidad de carga.
Hay que recordar que en el plan de desarrollo de la alcaldía de Peñalosa lo que aparecía en la Avenida Caracas era la primera línea del metro y no la de TM. Y cabe preguntarse si el alcalde Petro está aplicado a sacar adelante el metro que dejó definido la anterior administración o si, tras ideas de dudoso sustento técnico como la de los tranvías, ese metro también va camino de embolatarse.
Por Jorge Enrique Robledo
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