Por Jairo Cala Otero
Las consonantes che (ch) y elle (ll) quedaron desplazadas, abolidas, liquidadas, del alfabeto castellano, como tales. Pero, ¡cuidado!, no significa ello que se las haya proscrito radicalmente, ni que, en consecuencia, no puedan usarse nunca más. ¡Claro que seguirán teniendo uso y sonido propios! Salieron del alfabeto, pero por fuera de él son dígrafos, esto es, signos para representar un fonema.
Como el caso de ‘Cr’, que no es una letra del alfabeto, pero con una vocal tiene vida propia. Entonces, diremos que ahora aquellas se llaman ce hache (ch) y doble ele (ll). Los señores académicos lo que hicieron fue algo así como desheredar a un hijo. Esas consonantes quedaron sólo con el papel de bastardas, pero sirven. ¡Y de qué manera! Veamos:
Los antioqueños pueden estar tranquilos; ellos, tan dados al consumo, sin límite, de chicharrones; los bogotanos, habituados a la changua y la chanfaina; los campesinos santandereanos, acostumbrados a la chicha de maíz y de corozo; los borrachitos de todas partes, que chupan aguardiente a cada rato; y los gamberros, que no tienen en su leguaje el vocablo vagina sino chocha (para indicar lo mismo), podrán seguir usando la unión de la ce -c- y la hache -h- para llamar originalmente todas esas cosas.
Por supuesto que tampoco deberá afanarse aquel que diga, por ejemplo: “Ese cachorro va tras aquel chulo”. Porque su mensaje seguirá siendo claro, directo, descriptivo. Si la hache (h), a la que tantos desprecian y piden que desaparezca de nuestra lengua, no tuviese aplicación lingüística, expresiones como la que aquí inserté tomarían un rumbo diferente. Entonces, no se hablaría de esos dos animales, sino de: “¡Ese cacorro va tras ese culo!”. Contundente, ¿no? Entonces, grande es el servicio que esa menospreciada consonante -bajada de categoría- le ha prestado y le seguirá prestando al español y a quienes se vean impelidos a acudir a su útil servicio para decir lo que es y no lo que aparenta ser.
La información anunciando los cambios en la Ortografía indica que el Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, a quien también consultaron para editar esa obra, fue uno de quienes propusieron que se eliminara el uso de la hache (h) para palabras como ‘hormiga’, ‘hueco’, ‘hilo’, ‘Hermes’, ‘huevo’ y similares.
Argumentó que ese dígrafo es inocuo en tales vocablos, que no tiene función alguna. Pero los académicos no aprobaron esa idea. Es que darle vuelta entera a la normativa sería tanto como crear un nuevo idioma, y esa no era la intención de la Real Academia Española. Sólo se quiso actualizar un poco el español.
Ahora, si de referirnos a personas y lugares se trata, tampoco cabe afán alguno. Porque para hablar de una mujer que está parada a varios metros de distancia de nosotros seguiremos diciendo “ella”; para comentar alguna situación sobre varios hombres, ausentes o lejanos del mismo sitio donde estamos, podremos continuar diciendo “ellos”; y para mostrar a otros varones que van a la distancia, lo diremos como hasta ahora: “aquellos”. Aunque la elle (ll) deje de ser letra; no importa, porque su sonido sigue vivo.
Del mismo modo cuando llueve y uno va con ella a su lado, corre, sin llamar a ningún taxista para que nos lleve hasta allá, hasta la casa; y al llegar, uno introduce rápidamente la llave, abre la puerta y entra; y ya tranquilo, puede encender una llama para calentarse mientras, afuera, la lluvia sigue cayendo. Ella, la mujer, seguramente servirá alguna bebida fuerte, y llamará nuestra atención si aligera las ropas y quedan a la vista sus llantas. ¡Bendita sea también la doble ele (ll), porque sin ella yo no hubiese podido decir nada de esto en el anterior párrafo!
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