Luego de competir con veintidos de los artistas contemporáneos más importantes del país, Clemencia Echeverri con “Treno” y Luis Fernando Ramírez con “Súper Bloque” resultaron ser los ganadores del Premio Bienal de Artes Plásticas y Visuales Bogotá 2010 de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, mientras que Mónica Hernández se llevó la mención de honor por “Home – Not Home”.
Súper Bloque de Luis Fernando Ramírez
La modernidad se caracterizó por la formulación de grandes narrativas: la creencia en el progreso, en la ciencia, la tecnología y la emancipación del proletariado. Así, la arquitectura heroica pretendía, con la herramienta del diseño y del urbanismo, mejorar y liberar a la humanidad. El interés del artista está en querer mostrar la pérdida de este espíritu heroico en los días que corren, presentar la desilusión de la modernidad desde lo contemporáneo apelando a una visión irónica que tensiona elementos provenientes de ámbitos culturales extremos.
La pieza, que está editada sobre la canción “El Súper Bloque” de Simón Díaz, es un proyecto realizado originalmente como performance con video y proyección de diapositivas. Las tres instalaciones que la componen “Súper Bloque”, “Palomitas de maíz” y “Zodiac”, proponen una mirada crítica sobre la arquitectura moderna y el sentido de pertenencia con los discordantes lugares que habitamos desde nuestro ser social en la ciudad.
Treno de Clemencia Echeverri
Treno es una obra que introduce al público en una experiencia sensorial, logrando un nivel de sentido que excede cualquier argumentación conceptual. En todo caso puede decirse que su autora buscó sentido en el juego con el sonido y el silencio, en los clamores sin respuesta, en los gritos desde la distancia, en el llamado triste en queja. La voz que llama e invoca desde una orilla rebota en la otra como sonido ligante que circula por el espacio, roza los muros, busca llegar. Materia que se apoya en el flujo del agua y en la revuelta del grito.
Todo partió, de una llamada telefónica que la propia Echeverri recibió un día cualquiera estando en Bogotá. Con sus propias palabras: “en principio parecía ser solo una extraña noticia proveniente del campo, pero el tono de voz femenina, inquieto y agitado, evidencia un clamor y una búsqueda de respuesta: – No sé qué haremos señora. Se llevaron a mi hijo… a medianoche llegaron de manera violenta y se lo llevaron -. Me llamaba desde una vereda localizada en el departamento de Caldas, en inmediaciones del río Cauca”.
Esta es una historia como miles de historias que se cuentan y se viven, hoy y desde hace muchos años, en el campo colombiano. Historias que incorporan súplica, recelo impotencia y abandono. Aquellas que se escriben desde el éxodo, desde el abandono de las casas, la huida, desplazamientos de familias.
“En la conversación sentí una voz seca en el aire, un eco áspero, árido. Un llamado, de reclamo y sin réplica. Desde acá, desde este lado alcanzaba a escuchar la retirada en silencio, el miedo oculto, las curvas inciertas de la carretera, el río arriba bravo y vacio (…) sentí cerca la guerra, la sentí propia y mía. Se quedó aquella voz en mi tímpano, acá en esta orilla. Mi voz muda, perturbada de silencio, sin armas. Esta tristeza me hizo buscar la voz de regreso para un tercer espacio”.
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