La semana anterior se fue uno de los mas grandes escritores colombianos, David Sánchez Juliao. Uno de sus más entrañables amigos nos comparte una reflexión sobre su temprana partida.
La vida tiene unas vainas tan extrañas que uno trata de entenderlas pero no encuentra traductor. Primero fue la muerte de Alberto Duque López. No sólo nos unió la pasión por le cine, sino especialmente por los libros. Pasábamos largas horas hablando de ellos, de Connolly, Katzenbach, Larsson- tanto Asa como Stieg-, J.P.James, Mankell, nos reíamos de las tramas, de los personajes, del suspenso. Era una delicia compartir con él el estudio de televisión y de radio, intercambiar libros, hablar de las actrices. Y de pronto, resolvió irse.
Y ahora David Sánchez Juliao…
Estuvimos trabajando con Philippe Vergnaud, Alfonso Carvajal, David y yo en su último libro- ahí sí, el último libro, no el más reciente, qué ironía- y programamos su aparición con el sello Ediciones B para los primeros días de la Feria del Libro, con una tertulia a su estilo.
Carvajal, muy juiciosamente leyó el original, nos leyó varios apartes y terminamos literalmente enamorados del proyecto pues cuenta la historia de una cifra enorme de ciudades que él conoció y amó. Pero no es un libro para turistas iniciáticos. No. Es un libro para aquellos que no tienen opción de viajar a Estambul, por ejemplo, y Sánchez Juliao los monta en su avión privado, su narrativa, para llevarlos literalmente de la mano por las calles viejas, anegadas de historias y de Historia. ¡Qué libro tan hermoso
Pero vean…
Se fue sin despedirse, que son las peores despedidas. Porque duelen más… Desde muchos atrás empezamos a compartir las delicias de la literatura, desde cuando publicó las Historias de Raca-mandaca. Yo había terminado, como periodista, el recorrido con Capax por el río Magdalena y al llegar a Barranquilla, un amigo me regaló el libro de David y me encantó especialmente el cuento “¿Por qué me llevas en canoa al pueblo, papá?”. Después de los saludos de rigor en La Arenosa, nos fimos a Montería, a la casa de Iván González, compañero de Capax y allí llegó David. Eso fue en 1976 y desde entonces fuimos del “parche”.
Luego vino “El Flechas”, la revista Puro cuento de Indalecio Camacho, “El Pachanga”, el Premio de Novela Plaza & Janés, Pero sigo siendo el rey, la telenovela, su entrañable amistad con Manuel Zapata Olivella, el Premio Nacional de Literatura que le dimos en la Fundación Cultural Libros y Letras, el afecto de Mireya Fonseca y Juan Luis Mejía y ahora Philippe Vergnaud y Alfonso Carvajal…
¡Qué vaina!
Uno siente como si algo se hubiera muerto dentro de un mismo. Primero Alberto y ahora David ¡qué amigos tan entrañables! No digo “paz en su tumba” sino qué dolor en mi corazón. Jorge Consuegra
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